martes, 28 de abril de 2009

Marcelo Pastor, fotógrafo de la Araucanía

Hacer una fotografía es escribir en la luz.
Hace tres semanas que Marcelo Pastor Arroyo me mira. Hace tres años. Tal vez siempre me ha mirado, o yo lo miraba sin saber que lo miraba. ¿O él me miraba? ¿Cómo se mira la luz de las estrellas sin que importe que no haya estrellas ni luz?
Estrellarse es sembrarse, o llenarse de estrellas; es decir, llenarse de luz, y no hay fotografía posible sino en la luz.
Marcelo nos mira, hace tantos años que nos mira.
Marcelo miró los ojos de un niño que hoy es la tapa de un libro de fotografías que se llama Nuestra Gente. Los ojos de ese niño de la tapa del libro nos miran, pero en realidad esos ojos miran a Marcelo, están mirando a Marcelo, se quedaron allí esos ojos de ese niño que sostiene un trozo de cochayuyo con el que jugará luego a la pelota.
¿De quién son los ojos que nos miran? ¿De ese niño que sigue jugando a la pelota con un trozo de cochayuyo, o de Marcelo que lo mira detrás de la lente de una cámara?
Yo digo que los ojos de Marcelo Pastor Arroyo se quedaron en los ojos de ese niño que sostiene en su mano un trozo de cochayuyo para jugar a la pelota. Dicho de otro modo, ese niño mira a Marcelo, no nos mira a nosotros. Entonces, cuando miramos en los ojos de ese niño, cada uno de nosotros es Marcelo.
Porque hacer una fotografía es escribir en la luz, y escribir en la luz es estrellarse, sembrar de estrellas y de luz el telón o el cielo o el muro o el interior del párpado cerrado, para seguir viéndonos, aún después de miles de años.
Marcelo estudió Diseño y pronto derivó hacia el lenguaje audiovisual y hacia la fotografía. La fotografía como su voz más íntima, más personal, más solitaria. ¿Por qué la imagen, por qué la fotografía? ¿Por qué poner en una imagen, detener en una imagen lo que vemos; dejar quieto para siempre ese segundo que existe y deja de existir? ¿Qué habrá querido decirnos Marcelo? ¿Qué habrá querido decir? ¿Trataba de decirnos algo? ¿Había algo que pugnaba por salir?
El arte, que de eso se trata la fotografía, nos ofrece herramientas para hablar. Para hablar en distintos lenguajes, para hablar sin hablar, lo que es mucho mejor, lo que parece que fue mucho mejor para Marcelo. De todos modos, hay algo que se quiere decir. Y el arte es una posibilidad, tal vez la única, yo digo que la única, para decir lo que se quiere decir. Sin embargo, al mismo tiempo, el arte impide, limita. La palabra revela y oculta, posibilita e impide, y lo mismo ocurre con las palabras escritas en la luz.
Tratamos de decir lo que no podemos, lo que es imposible, de eso se trata.
Queremos decir algo. Hay algo que pugna por ser dicho. A veces ni siquiera sabemos qué es lo que queremos decir, qué es lo que quiere se dicho. Y lo intentamos, no obstante sabemos que es imposible, que siempre quedamos a medio camino.
Quedar a medio camino es la maravilla misma. Pensemos que también puede ocurrir que ni empezamos a andar el camino siquiera, o quedamos a la vera del camino, o no caminamos más que unos pocos centímetros. Quedar a medio camino es haber caminado mucho, tal vez demasiado, quizás más que casi todos; puede que a medio camino asome la luz, quién sabe si a medio camino es donde se siembran las estrellas, y lo que parece imposible de ser dicho es finalmente dicho y nada ni nadie puede borrarlo.
Esa es la huella que deja quien escribe en la luz. “Aquí estuve”, escribe en la luz. “Aquí estoy”, escribe en la luz. “Hablo para que me escuchen y para escucharlos a todos, no importa dónde ni cuándo, no importa quién seas ni quién haya sido”, escribe en la luz. “Aquí estuve, y lo hice, al menos lo intenté”, escribe en la luz.
Nuestra Gente, Marcelo Pastor, Fotógrafo de la Araucanía, rescata del anonimato a quienes no queremos ver, los hace visibles para mostrarnos también la historia y el corazón de la región mapuche, cruzados por la superficie de la realidad de hoy. Sin embargo, este libro realizado por Guido Eytel, Tatiana Jara y Jorge Zuñiga, con el aporte del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, FONDART, recupera sobre todo los ojos de Marcelo, para que miremos a través de ellos, para que nos pongamos en su lugar, en su punto de vista, para que seamos sus ojos y vivamos su experiencia y, tal vez, averigüemos qué es lo que quería decir Marcelo, cuáles son esas palabras que pugnaban por salir.
Porque si el arte posibilita e impide, también es un certificado de presencia –al decir de Roland Barthes- , una señal, un corazón dibujado en un árbol con un cuchillo, un estrellarse que no tiene edad ni fin. Las fotografías de Marcelo nos hablan o balbucean o sonríen o silban o simplemente nos miran para que las miremos y lo veamos a él.
Los invito a mirar y a ver, foto por foto, a Marcelo, a los ojos de Marcelo, al corazón o cómo se llame eso, de Marcelo.
La pantalla circundada de pájaros y niños asombrados, en el marco de una puerta demasiado pequeña para un hombre que calza unas zapatillas raídas y viejas. Sin embargo, la madera y la luz en los niños, y el hombre que observa la pantalla circundada de pájaros que hizo con sus propias manos.
La carreta que lleva a dos mujeres y es tirada por una yunta de bueyes al borde del mar, junto a dos hombres, que podrían ser los hombres que buscan o fueron a dejar esas mujeres, que van o vienen tirados por el trabajo al borde de un mar de cemento que llamamos carretera.
La carreta y la yunta de bueyes y el barro. Y el hombre inclinado sobre una damajuana, mientras algo que debe ser chicha corre por una manguera de cargar combustible, desde un tonel sobre la carreta hasta la boca de la damajuana. Y las zapatillas. ¿Por qué usan zapatillas en el barro?
La danza mapuche, la ceremonia mapuche, y el palín que se juega bajo el azul que no es del cielo sino de la tierra de arriba, y de pronto la ciudad que emerge desde la niebla, y se ve tan intrusa, tan sola, tan fría, tan pequeña ante la inmensidad de la tierra de arriba.
Zanahorias, ¿por qué tantas zanahorias? Todos buscan algo, tal vez buscan zanahorias y no ven que lo que más hay son zanahorias. Todos miran hacia abajo, buscan, la única que mira al frente y sostiene su mentón con una mano, es la mujer que ofrece sin hablar las zanahorias. Tremendo simbolismo en esta fotografía. ¿Lo habrá visto así Marcelo? Seguro que sí, no olvidemos que estamos mirando a través de sus ojos.
Ahora no hay zapatillas, hay ojotas y un cultrún y dos palos que nosotros llamamos baquetas en las manos de un hombre con sombrero y camisa blanca que no nos mira. Pero, cuidado, detrás del hombre hay un niño -¿su hijo?- que nos mira y nos desafía, y más atrás una luz dorada que parece sostener al niño.
Luego la calle de tierra de un pueblo que parece llegar al mar o a las nubes o a la tierra de arriba, y la yunta de bueyes y el boyerizo por delante, tirando dos largos troncos de árboles que parecen ir desde el bosque hacia la tierra de arriba.
Ahora hay botas de agua hasta la rodilla. El hombre junto al mar, en medio de largas tiras de cochayuyo, mira hacia las rocas y en las rocas hay otro hombre cabizbajo. ¿Qué busca entre las rocas?
La yunta de bueyes y la carreta cargada de cochayuyo y sobre el cochayuyo un niño, y no hay tierra firme, hay una embarcación para cruzar hasta la otra orilla.
Lo que buscaba era peces, Marcelo buscaba peces, algo así como diez peces que vuelve a contar inclinado como en gesto de gratitud, de asombro, de auténtica reverencia.
El hombre que no sabe si cruzar la calle o volver atrás, y el hombre lisiado que bebe una coca-cola. Dos esquinas que no se tocan y parecen ser tan parecidas.
Se suele hablar de los temas del fotógrafo, del interés, de las motivaciones del fotógrafo, buscando respuestas en las imágenes, en los objetos, en los paisajes, en las personas escritas en la luz. Yo pienso que las imágenes nos devuelven las preguntas como si nos dijeran “cuando miras la fotografía estás mirando a través de los ojos del fotógrafo; los temas, las obsesiones del fotógrafo no están aquí, estas imágenes revelan y ocultan, y lo que hay que tratar de ver es lo que se oculta”. Ese ocultamiento, en el caso de Marcelo Pastor, se revela al momento de borrar todas las preguntas y mirar a los ojos y mirar en los ojos de esos niños que nos miran, para entender de una vez que esos ojos miran a Marcelo y nos ponen en el lugar de Marcelo. Los temas del fotógrafo o se hacen nuestros o simplemente no los vemos. Porque se escribe en la luz, no con palabras.
Y los niños, los niños siempre nos miran. Marcelo es un niño que busca un trozo de cochayuyo para jugar a la pelota, un atado de zanahorias porque los hay de sobra y para todos, una yunta de bueyes y un cielo azul que se llama tierra de arriba.
Es la mirada del niño la que ve el mundo, la que sabe que hay algo que decir y hay que buscar el modo de hacerlo, así nos cueste la vida.
Los niños luminosos donde otros verán pobreza. Los niños que sonríen y nos recuerdan que hay que buscar zanahorias, que hay zanahorias para todos, y flores. ¿Acaso no lo entendemos? ¿Por qué no lo entendemos? ¿Por qué alguien tiene que venir a estrellarse para que miremos y entendamos?
Y los ancianos que siguen andando sobre las piedras, a los pies del río que refleja la tierra de arriba. Las carretas siguen subiendo la cuesta tiradas por dos yuntas de bueyes y cargadas de paja. La pareja vende escobas después de miles años y el joven vende copihues tras miles de años, y las manos de los mapuche siguen trenzando canastos, pájaros, caminos, estrellas. Marcelo lo sabía y lo sabe y quiere que nosotros también.
Hacer una fotografía es escribir en la luz.
Marcelo Pastor Arroyo, hermano de Carlos, hermano de Isabel, hermano de Pedro, hermano de Viviana; hijo de Pedro y de Clotilde, padre de Luciana y Florencia, esposo de Marlene, amigo y hermano de amigos y amigas y hermanos y hermanas que lo vieron pasar demasiado rápido, porque algo andaba buscando hasta encontrarlo, algo tenía que decir, algo debía ser dicho y no sabía cómo pero sí sabía.
Nuestra Gente, Marcelo Pastor, fotógrafo de la Araucanía, iniciativa y trabajo de Guido Eytel, Tatiana Jara y Jorge Zuñiga, con el aporte fundamental del FONDART, nos regala desde la tapa, desde la primera fotografía, los ojos de un niño que son mirados por los ojos de Marcelo que son, ahora, nuestros ojos, los ojos de todos. Si creíamos que no podría lograrlo, nos equivocamos; lo hizo y sembró estrellas, y escribió en la luz los nombres y las palabras de todos los que saben que hay algo que debe ser dicho, y también de los que no se han dado cuenta, y también de los que lo intentan.
Más vivo no es posible, más vivo no puede estar si sigue mirando a ese niño que nos mira a nosotros hasta dejarnos con la boca abierta.